El ventilador sigue encendido.
Dejó caer el manuscrito en el río, el fondo es visible, lo amarró a un ladrillo así que no estaría sumergido por siempre, cabían dos posibilidades que el agua desgastara pronto la celulosa y fuera alimento de pequeños animales o bien el ladrillo se desmoronara y lo dejara flotar por un tiempo mientras la corriente los termina de desintegrar en un flujo de hojas.
Y así termina la historia de nuestros días, con el relato-crónica-ficción de nosotros, reducido a pequeñas moléculas perdidas por ahí.
Mejor regresar al Gran Fluido que vagar para siempre en una memoria virtual extraviada. Snif. Le dejo un abrazo, Señor.