No hay forma de que entre un cuervo, no hay un lugar correcto para que se pose, me mire, me diga nunca más y mi alma valga madre.
Ahora hago cuervos rojos, hechos de sangre.
Mi corazón es un nido de cuervos de sangre, los expulsa, y en pequeñas parvadas se mueven por aorta, cruzando tricúspide. Llegan al cerebro, se alimentan de la dura madre, de la meninges, pican los recuerdos rompiendo su capa de olvido, llevando a la superficie todo.
Se asoman por los ojos, picotean los transductores y nos hacen ver cosas que no existen, el hombre de cabello negro, idéntico a E, los cuervos en todo el cuerpo graznan y uno se marea, porque revolotean en el cerebro, los cuervos de Alejandro en el estómago hacen lo suyo, sacan los ojos a las células y se revuelve el estómago.
Las parvadas buscan liberarse, y salen por la nariz.
Y sé entonces, que mi alma valió madre, recojo la sangre en un tintero y pinto cuervos de color rojo, que me miran desde la pared. Y los cuervos en la sangre se reproducen hasta el día que por fin se colapse el cuerpo, dejen el alma flotando fuera de la carne y la carne sea de los gusanos.