Escuché esta frase y pensaba en lo extraño que se ha vuelto eso para mí. Esperar a ver a alguien en una primera cita o cuando alguien se ha ido y se espera su regreso. Conforme creces eso ya no importa, la gente va y viene y si viene da gusto verle, si no, no importa, tenemos medios más efectivos que hace veinte años para estar (no estar) ahí.
Recuerdo entonces mis primeras citas, cuando conocía a alguien y quedábamos para tomar un café, ir al cine, aunque eso no pasara de eso, era emocionante, buscar la ropa adecuada, tal vez robar loción a mi padre. Llegar antes y estar ahí, atento, eso, el tiempo que falta para verle.
Ahora no recuerdo esos niveles de ansiedad, si bien, tengo muchas ganas de ver a la gente que veo, y me da gusto ver a los amigos que no he planeado ver, y ver al chico con el que salgo en el momento; no cuento las horas simplemente espero que el tiempo se ajuste y esté a tiempo.
Las horas que faltan para verte se han vuelto una especie de fusible quemado, una especie de fisión de la materia irreconciliable. Esas cosas que va muriendo conforme vamos creciendo.